
Similis factus sum pellicano solitudinis.
Soy como un pelícano del desierto.
Salmos 101 (102) : 7

Cuenta el Fisiólogo que los pollitos del pelícano crecen un poco y ya empiezan a atacar a sus padres, picoteándoles la cara. Ellos se defienden y los pican a ellos también, causándoles la muerte.
Pero la madre siente remordimientos y se abre el pecho con el pico para derramar su sangre sobre los hijos muertos. Así les devuelve la vida.
Lo mismo cuenta san Isidoro, aunque duda un poco sobre la veracidad de estas fábulas.

Pelicanus avis Aegyptia habitans in solitudine Nili fluminis, unde et nomen sumpsit; nam Canopos Aegyptus dicitur. Fertur, si verum sit, eam occidere natos suos, eosque per triduum lugere, deinde se ipsam vulnerare et aspersione sui sanguinis vivificare filios.
ISIDORO DE SEVILLA, Etimologías XII, 26.

El PELÍCANO vive en las soledades del desierto. Allí también estuvo Cristo y venció las tentaciones con la misma fuerza que el pelícano mata a sus hijos, que representan el pecado. Cristo lloró por Lázaro y resucitó a su amigo. Con su sangre nos salvó, igual que la madre pelícano vuelve a la vida a sus hijos.
Algunos sabios dicen que la madre se queda débil después de darle su sangre a los hijos y no es capaz ni de abandonar el nido.
Por eso los pollos de pelícano salen a buscar comida para ellos y para la madre.

Mucho más agradecidos son los pollos de la CIGÜEÑA, que devuelven a su madre el amor que les dio cuando ni siquiera tenían plumas.
Transportan a sus progenitores ancianos en sus alas y en sus largos viajes en busca del sol los alimentan por el camino con su pico.

Otros dicen que a todos los animales gana en devoción filial la ABUBILLA, que le quita a sus padres las plumas viejas y les lame los ojos para aclararles la vista.
Está agradecida por haberla traído al mundo y cuidarla cuando era pequeña e indefensa.

Bayerische Staatsbibliothek, Clm 6908 (Fürstenfelder Physiologus), folio 84v
Cuando nos hacemos mayores y hemos pasado ya los apuros de la crianza de nuestros hijos, de pronto debemos cuidar de nuestros padres.
Ansiábamos que los niños crecieran rápido y que nos devolvieran el ocio perdido, la libertad, el dormir a pierna suela. Para algunos hay ciertos años de tranquilidad, pero para la mayoría la vejez de los padres se presenta enseguida.
Si eres una persona de bien, entenderás perfectamente lo que estoy diciendo: los hijos salen por una puerta y los padres entran por la otra. Es ley de vida.
Pero el meollo de la cuestión reside en cómo son esos cuidados. Vivimos muchos años y enfermedades antes casi inexistentes se han adueñado de la vejez. Nuestro cuerpo deteriorado sigue aguantando de la vida gracias a los avances de la farmacología. Muchas veces, los demonios de la demencia, del Alzheimer, del cáncer, del EPOC, de los accidentes cardiovasculares, de las insuficiencias renales, respiratorias y cardíacas se enseñorean en toda la familia y son capaces de cambiar nuestra existencia hasta llevarnos al límite de las fuerzas.

En mi viaje a Grecia en febrero de este año recibí las enseñanzas de nuestro guía Lefteris nada más desembarcar en el aeropuerto de Atenas. Salí la primera y fui a saludarlo muy contenta.
Encontré a un hombre derrotado por el cansancio, triste y distinto.
Seguía rezumando humanidad y humanismo por todos sus poros, a pesar de que la vida lo estaba poniendo a prueba: su anciana madre había perdido la cabeza y él debía cuidarla. Me contó los pormenores: era un panorama desolador.
Al borde del llanto, dijo que su madre, que había superado la invasión nazi, que había luchado en la resistencia, tan combativa políticamente, llena de vida y de energía siempre, se había vuelto una persona absolutamente dependiente, como si fuera una niña.
Este es el DESAMPARO.
Entonces citó a ANTÍSTENES.

Yo me emocioné mucho y sentí que a mí podía pasarme lo mismo. La longevidad de nuestros padres es maravillosa, hasta que no pueden más, hasta ese instante en el que dudamos de si la vida merece la pena vivirse a toda costa, de si queda dignidad humana cuando no podemos valernos.
Durante este tiempo me dediqué a buscar aquella cita que me daba vueltas en la cabeza. Al fin la encontré:

Antístenes une para siempre la PAIDOTROFÍA y GEROTROFÍA, iluminando nuestros pensamientos diacrónica y sincrónicamente, como hacen los grandes filósofos.
En el tiempo en que debamos cuidar de nuestros padres, nos acordaremos de que ellos nos cuidaron a nosotros cuando fuimos niños, pero también reflexionaremos sobre la clase de infancia que están viviendo: desamparo, dependencia, necesidad de atención.
La ternura es obligatoria.

De los muertos no hay que olvidarse, de los vivos, tampoco;
y de los que están entre uno y otro mundo, mucho menos.
No merecemos el olvido.
Anubis pesará nuestras almas.

El escriba ANI, que vivía en la corte de Nefertari, dejó unas sabias instrucciones dirigidas a su hijo.
Son las palabras de un hombre viejo a uno joven:
Lleva agua a tu padre y a tu madre
que descansan en su tumba.
No faltes a la cita.
Lo que tú hagas por ellos, tu hijo lo hará por ti.
