REGRESO DE DELFOS
Esfinge de Naxos, ca. 560 a.C. (Museo Arqueológico de Delfos)
La Esfinge de Naxos que preside el Museo Arqueológico de Delfos nos recuerda que
EL TIEMPO NOS DEVORA
La esfinge devora también a aquella mujer que en su enésima operación de cirugía estética lucha por mantener la efímera juventud.
Ella sabe que el tiempo se ha comido su lozanía y la tersura de su piel, por eso pugna contra él para vencerle. Compite.
La esfinge que devora a la mujer en la sala de operaciones ha revelado hasta la saciedad LOS RITOS DE TRÁNSITO, pero la mujer pelea con ella.
En otros tiempos, los hombres eran conocedores del tiempo, sabían que no se detenía. Deseosos de perpetuar los hechos humanos narraron su historia en los FRISOS de Delfos, los que coronaban los edificios de los TESOROS, ricas ofrendas a Apolo.
Delphi. Woman spinning 1924 Dorothy Burr Thompson
Las pasiones humanas se reflejaban en ellos, también el TIEMPO. Que la posteridad nos juzgue, pensarían.
Museo Arqueológico de Delfos. Friso este del Tesoro de los Sifnios: Guerra de Troya
En DELFOS se enfrentan dos CULTOS. Veneramos a DIONISOS, lozano, joven, vigoroso, primario, andrógino, hombre y mujer, generador y creador.
Pero nos hemos quedado con APOLO, el ingeniero, el que domó el poder sísmico, el que venció a la Python telúrica, a la propia NATURALEZA.
Apolo (Templo de Zeus en Olimpia, frontón occidental)
En Delfos vemos de día el CARRO DE HELIOS, dios de la luz, Apolo luminoso. De noche, el AURIGA nos conduce por el paisaje que mira al mar desde las montañas, recreando el PASADO MÍTICO.
Y de pronto el tiempo se para. Un atleta universal que concentra en un instante el tiempo, en nuestras almas que atesoran la música de Apolo guía de las Musas que beben en la FUENTE CASTALIA. Toda la música, y toda la poesía.
Las horas que están fuera del tiempo son las que dan lo apolíneo a nuestra vida, el EQUILIBRIO.
Lirios, estrellas fugaces, firmamento, árboles del amor, es el paisaje de Delfos en su eterna primavera.
Y el corazón, desbordado, ha detenido el tiempo, el que no puede comerse la ESFINGE. Todo es debido a las resplandecientes FEDRÍADES, que cerca del PARNASO, iluminan a DELFOS, donde el viajero siente de verdad que el tiempo se ha detenido para toda la eternidad.
NIKÍFOROS VRETAKOS, Regreso de Delfos
A nuestro lado, en su carro, viajaba el Auriga.
Detrás de nosotros avanzaban las Fedríadas.
Ecos extraños vagaban en la noche,
Una noche que no se parecía a las otras noches
Del mundo; tanto que, ante ella, se apartaban
Inclusive las noches majestuosas de la infancia.
Era todo tan brillante y se veían
Las montañas tan iluminadas, que parecía como si
Un atleta universal, enviado por Apolo Pitio,
Corriendo en lo alto, nos acompañara iluminando
Con una antorcha sobre nosotros el horizonte.
Sobre los abetos de la montaña, áurea, jugueteando
Corría ligeramente junto a nosotros la hoz de la luna
Como un cervatillo, hasta que finalmente desapareció y
El mundo
Cambió como si Dios hubiera dado vuelta una página.
El cielo,
Acaso anunciando una extraña primavera, parecía
Una rama en flor. El Auriga, de pie siempre
A nuestro lado, aflojaba cada tanto las riendas,
Miraba hacia lo alto el universo y sonreía.
Nos mirábamos el uno al otro sorprendidos.
No sabíamos si era de noche o de día en la tierra,
O en algún otro mundo. Y no sabíamos
Qué había pasado en la tierra. Sentíamos nuestras almas
Como música atesorada. Marchábamos y nuestros
Corazones
Resonaban como campanas matutinas. ¿Terminaría?
Había miedo en nosotros. Ese viaje
¿Podría de pronto terminar? Dios mío ¿terminaría?
¿Y qué sería de esa luz que se acrecentaba
Y desbordaba y corría por todas partes, en una continua
Marea, como si no cupiera? Todo resplandecía
Como si hubieran surgido las primaveras de los siglos en
El firmamento
Y marcharan silenciosamente, llevando estrellas
Y flores en sus manos.
(Y por primera vez
Sentimos que existen en este mundo
Horas que están fuera del tiempo. Que no sabes
Cuánto duran. ¿Meses? ¿Años? ¿Siglos?
Que equilibran toda nuestra vida)
¡Que no termine!
Sin hablar, sin un susurro, somo si todas
Las palabras hubieran sido dichas, como si no importaran,
Como si no supiéramos ninguna lengua, como los astros
Y los abetos del Parnaso, callábamos. Una lágrima
Es una lengua que habla con innumerables palabras,
Bajo la santidad del firmamento,
Cuando vuelves de Delfos, conteniendo
Apenas los sollozos. Parecía
Escucharse algo suavemente, quizás más llá de una
Estrella
Safo tocaba su lira; mientras, todo callaba
Y también nosotros, y los astros, y los poetas de todos
Los tiempos, y el aire
Adormecido de los olivos y no se oían
Sino sólo los ecos de las Fedríadas,
Que sonaban y resonaban en medio de la noche,
Esa noche la más hermosa de nuestra vida que jamás
Volverá, ecos que parecían acaso de algún
Protoángel erguido en el silencio, repitiendo:
“¡Oh, Dios mío!. ¿Para qué sirven las palabras en el
Amor?”
Caían como lirios las estrellas fugaces, los ecos sacudían
Los jazmines del cielo. No había quedado puerta
Cerrada. Flor sin flores. Astro apagado. ¡La
Omnipotencia
Descendía ataviada con todas sus gracias!
Y mientras andábamos sentíamos como si no hubiera
Camino ni tierra debajo de nuestros pies. Como si nos
Llevara
Meciéndonos un río enloquecido.
¡Mar desbordado, corazón, llévanos donde quieras!
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¿Y la foto de esa lozana mujer hilando con zuecas incluidas? ¿Para contrastar con la mujer del botox de más arriba?
Hermosos esos versos atemporales de Nikíforos:
(Y por primera vez
Sentimos que existen en este mundo
Horas que están fuera del tiempo. Que no sabes
Cuánto duran. ¿Meses? ¿Años? ¿Siglos?
Que equilibran toda nuestra vida)
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