
Mi primera medida fue despertar en él el deseo de conocer todo lo grande y bueno que había existido en su patria después de su muerte.
No sabía nada de Virgilio, Horacio, Ovidio o Lucano, ni de Livio, Tácito o Séneca.

Usted tendrá ocasiones suficientes de charlar con él y podrá contarle mejor que yo cuáles fueron los sentimientos que despertaron en su mente estas lecciones.
Solíamos visitar un oscuro rincón del Coliseo donde era difícil encaramarse y al que casi nadie se atrevería a seguirnos;

o los muros de las Termas de Caracalla,

y más frecuentemente la Pirámide de Cestio.

Qué lugar más hermoso, donde parece que la muerte disfruta de la luz del sol y del intenso cielo azul y deja aparte todo lo demás. Allí leíamos juntos y discutíamos sobre lo que leíamos. Nuestras discusiones eran eternas.
El resplandeciente sol de Roma brillaba sobre nosotros y la atmósfera y todo el paisaje estaban revestidos de felicidad y de belleza.
Mi corazón estaba feliz y era constante mi empeño en despertar sentimientos parecidos en el corazón de mi acompañante.

Aquí leímos las Geórgicas, y en su lectura sentí una felicidad tal, que nunca habría creído que las palabras pudieran tener tanto poder para concederla. Fue un placer embriagador el que nos regalaron este magnífico clima y la luminosa e inspiradora poesía, que nunca habría sentido, estoy convencida, en una atmósfera más gris.

Después de leer, visitábamos algunas de las galerías de la Ciudad. Las horas de estudio de Lord Harley ya habían terminado para entonces y siempre nos acompañaba. La visión de las exquisitas estatuas y pinturas de Roma mantenía y aumentaba esa sensación de alegría.

¿Valerio sentía lo mismo que yo? ¡Ay! No. Había un tinte de melancolía en todos sus pensamientos y una tristeza en su semblante que el sol de Roma y los versos de Virgilio no pudieron disipar. Tenía sentimientos profundos, pero poca alegría había en ellos.
A los sentimientos que tenía yo hacia él se sumaba la inexplicable sensación de que mi acompañante no era un ser de este mundo.

A menudo me paraba ansiosa para comprobar si respiraba igual que yo, o si su silueta hacía sombra a sus pies. Su apariencia era la de un vivo, pero pertenecía a los muertos.
No sentí aprensión ni miedo. Lo amaba y lo respetaba. Estaba sinceramente preocupada por su felicidad, pero con esas sensaciones corrientes se mezclaba algo sobrenatural…No puedo llamarle pavor, aunque tenía algo que ver con un sentimiento de rechazo, una sensación para la que no tengo nombre, pero que se mezclaba con mis pensamientos y de una manera extraña caracterizaba nuestra relación.

A menudo, cuando dejaba que mis pensamientos gobernaran mi discurso, me encontraba con la mirada de sus ojos brillantes, aunque serenos. Aunque solo derramaba simpatía, me frenaba.
Si apoyaba su mano sobre la mía, yo no temblaba, pero era como si mis pensamientos se detuvieran y mi corazón se ponía a palpitar con una especie de inquietud, hasta que la quitaba. No obstante, todo era muy ligero, apenas lo percibía, y no hacía disminuir mi cariño y mi preocupación por él.
Quizás, si yo supiese toda la verdad, aumentaría mi afecto, y sin dificultad y espontáneamente me esforzaría en superar con interés y simpatía intelectual la barrera terrenal que parecía haber entre nosotros.
FIN
Desconocía el texto, así que ante todo, GRACIAS por el regalo, Maite. Por un lado, es una historia que, en mi opinión, y a pesar de los 200 años!! cumplidos, aún se lee con interés, como curiosidad bibliográfica, para empezar, pero también como reflejo de la pasión por Italia de los Shelley & Co, con el toque “gótico” del resucitado. Por otro lado, sin embargo, ¡qué empanada de ideas y prejuicio tenían! Esos emperadores degollando a troche y moche, ese sacerdote insidioso.., Las contradicciones biográficas: en Inglaterra disque son libres, pero ellos han tenido que volar de allí, por conducta deshonesta…
Me ha recordado, por la impresión ambigua, ese texto inédito de J.Verne que se descubrió hace pocos años (creo que un cajón….) Paris S.XX.
bs
Me gustaLe gusta a 1 persona
Gracias, Cris. Iban a Italia a oxigenarse, creo yo. Vivir en el norte tenía que ser un horror. El sol te hace mucho…Lo más sorprendente para mí es la edad de Mary. Una chica de apenas 20 años que acababa de escribir Frankenstein. Vivían rápido…no como nuestros vástagos…😂. Un besazo.
Me gustaMe gusta