LA MALDICIÓN DE MINERVA
Herbert List, Cabeza de Palas Atenea (1937)
Thomas Bruce, séptimo Conde de Elgin quería alcanzar la areté. Las malas lenguas dicen que su esposa también escocesa, Lady Mary Nidbet fue la que consiguió el permiso del Sultán para su particular expolio. Con los mármoles griegos querían decorar una de sus mansiones escocesas. Cuando el Conde fue capturado por los franceses, Mary se casó con otro.
La derrota de la flota francesa en Cairo estrechó la amistad entre ingleses y turcos. Esto propició que todavía no se sepa con certeza lo que rodea a los supuestos “salvoconductos” del Conde. Puede que Lord Elgin funcionara todo el tiempo a base de sobornos. Él y su esposa se pasearon por toda Grecia cogiendo lo que quisieron. “Algunas piedras sin valor”, decían, pero como el firmán del Sultán prohibía expresamente llevarse los bloques de piedra enteros, decidió serrarlos.
William Turner, Peace-Burial at Sea (1842)
Cuando Lord Elgin sugirió a Antonio Canova, el artista de moda, que podía restaurar los mármoles, éste se negó rotundamente porque lo consideraba un verdadero sacrilegio.
En 1801 empezaron sus desmanes y enseguida parte la primera flotilla rumbo a Inglaterra con el tesoro personal de Lord Elgin. El 16 de septiembre de 1802 salió del Pireo la fragata MENTOR. Se hundiría cerca de la isla de Citera. Un equipo de buzos del Conde rescataron todo lo posible. Dos años duró el trasiego. En 1805, a petición de Elgin, dos barcos de la armada británica fueron a Citera para llevarse todo. Quizá esta sea la razón por la que el Conde, por supuesto ya en bancarrota, vendió los mármoles al Museo Británico por un precio ridículo.
La primera excavación en el pecio ya tuvo lugar en 1875, por parte del gobierno griego. Incluso Jacques Cousteau pasó un par de semanas en 1975 haciendo su propio sondeo. En 1980 los esfuerzos de los arquólogos permitieron rescatar objetos personales de la tripulación, entre los que estaba un reloj, parado entre la 1:10 y las 2:00 de la madrugada, que quizá marcaba la hora exacta del hundimiento de la Mentor.
Los habitantes de Citera siempre creyeron ver bajo el agua restos de los mármoles del Partenón. El Egeo ofrece estos espejismos. Pero ni siquiera las acciones del Nuevo Museo de la Acrópolis en 2009, justo antes de su apertura, consiguieron sacarle nada más al mar. En 2011 se iniciaron nuevas excavaciones, y lo único que sacaron fueron más objetos personales y adornos del barco. En el verano de 2012 se abandonó oficialmente toda esperanza.
Lord Byron fue conducido a las excavaciones en la Acrópolis en 1810 y quedó tan espantado de lo que vio que no dudó en poner por escrito sus maldiciones contra el pérfido caledón en The curse of Minerva.
Lo que Lord Byron pensaba era que el expoliador escocés era verdaderamente idiota. Borró la inscripción de Lord Elgin en el Erecterion que rezaba “Elginos epoiei”, (Elgin lo hizo) y grabó en su lugar “QUOD NON FECERUNT GOTHI, HOC FECERUNT SCOTI” , en recuerdo a aquella romana que decía “Lo que no hicieron los bárbaros lo hicieron los Barberini” . Ya sabemos lo aficionado que era Byron a estampar su firma en las columnas. Lo repitió en Sounión.
En 1812, tras escribir su Maldición, Lord Byron en persona embarcó en la Hydra, que transportaba más botín de los británicos. Ironías del destino. Lusieri, el dibujante italiano contratado en Nápoles por Mary Elgin, murió a los 70 años en vísperas de la independencia de Grecia, con su trabajo inacabado.
Entonces, la maldición de Atenea, de Palas, de Minerva, quizá castigó a Lord Elgin con la cárcel francesa, el abandono de su esposa y la ruína, y también a sus secuaces los perseguiría la diosa, porque en 1828 la HMS Cambrian se hundió con los dibujos de Lusieri.
El corazón del viajero se parte en dos cuando entra en el Museo Británico en la sala número 18. Por una parte, seducido por la versión británica, suspira y dice “qué bien están aquí las Panateneas; quizá se hubieran destruído por una bomba”.
Por otra parte, tras visitar el Nuevo Museo de la Acrópolis y el inteligente espacio reservado para ellas, uno piensa en lo que dicen otros británicos como Stephen Fry, adalid de una nueva marcha por la devolución de los mármoles a Grecia, cuando invita a pensar qué opinaríamos si la cabeza del David de Miguelángel estuviera por ejemplo en el Louvre y el cuerpo en la Academia de Florencia. Nos espantaría.
Herbert List, El espíritu del Licabeto I (1937)
Lord Byron siempre defendió el ARS GRATIA ARTIS, porque los valores estéticos son apátridas y cosmopolitas, no entienden de fronteras.
El poema es un canto contra el imperialismo, las conquistas, los saqueos, la barbarie y la ganancia legitimada por un supuesto espíritu redentor y salvador: preservar la Antigüedad llevándomela para mi casa. En él se repasan las conquistas de Albión, la sangre derramada desde el Tajo hasta el Báltico, las columnas de fuego que aterrorizan al Támesis.
Las Furias han ocupado el trono de Palas, quien ha abandonado su escudo con la Gorgona. Empieza el reinado de su Némesis.
Apostrofa, increpa, insulta, amenaza, maldice al saqueador caledón, comparándolo a Eróstrato, aquel del que cuenta Plutarco que incendió una de las Siete Maravillas del Mundo, el Templo de Artemisa en Éfeso el mismo día en que nacía Alejandro Magno.
Esta Minera encendida de horror y de ira no es la Atenea de Fidias, es la Palas vengadora de Virgilio. Ha cedido su manto protector de las artes y de las ciencias a su otro yo, la beligerante Minerva.
“…Palas es quien te hiere, quien te inmola y en tu culpable sangre te castiga”
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