STATUS QUO
¿Quién arreglará el techo de la Basílica? ¿Quién quitará esa escalera del primer piso, ahí tirada desde el siglo XIX?
Cuestiones como estas, que pueden parecer banales, forman parte de la confusión que reina en la Iglesia del Santo Sepulcro de Jerusalem. Los otomanos redactaron una batería de reglas, confirmadas en el dominio británico de Jerusalem, para ordenar la custodia de este lugar. Se llaman comunmente:
STATUS QUO
Tres confesiones pugnan por el control de la Iglesia más importante de la Cristiandad, la Basílica del Santo Sepulcro de Jerusalem: católica ortodoxa, católica romana y armenia. Dos familias musulmanas comparten el deber de abrir la iglesia cada día y de custodiar las puertas.
La locura por las reliquias comienza con la devoción y el ansia arqueológica de Helena de Constantinopla, madre del emperador Constantino.
El emperador había identificado el signo de la cruz, que apareció para sus tropas:
In hoc signo vinces
decía el crismón en el cielo en su batalla del Puente Milvio en 312. Majencio fue derrotado. La conversión de Constantino vino a las puertas de la muerte, pero utilizó ya antes con frecuencia el signo de la cruz, que le conducía a la victoria.
Rafael (Vaticano)
Su madre Helena se había convertido mucho antes, y anciana, participó a su hijo la intención de viajar a Tierra Santa a la búsqueda de los Santos Lugares. Ella fue la verdadera inventora de esta devoción universal por pisar y tocar los lugares más importantes de la vida y la muerte de Cristo.
Piero della Francesca
Excavó en el antiguo TEMPLO DE VENUS en el Gólgota, reconstruído por Adriano después de la Revuelta de Bar Koshba en 135. Había querido evitar las peregrinaciones cristianas erigiendo un templo pagano y oficial.
Su afán por encontrar el LIGNUM CRUCIS tuvo su recompensa incluso con el milagro de un hombre resucitado, según cuenta Eusebio de Cesarea. Eran tres las cruces en este monte en forma de cabeza, de calavera, Calvario o Gólgota, en hebreo cráneo. El milagro permitió identificar la correcta en un ALJIBE que hoy también se venera en la Basílica.
A partir de ella, el LIGNUM CRUCIS se multiplicó. Sus trocitos pueblan las iglesias de la cristiandad por todo el mundo, de manera que sus dimensiones han pasado a ser irreales.
Santa Helena también identificó el Monte de los Olivos y el lugar del nacimiento de Cristo en Belén, donde levantó sendas iglesias.
El viajero descubrirá la Basílica en medio de un mercado árabe, las inmediaciones del barrio judío, del armenio o del cristiano. Es el corazón de la ciudad. En la explanada del templo, todos los colores, hábitos, vestuarios e intenciones. Muchos peregrinos tocan las jambas de la Puerta Santa, o se dan cabezazos contra las columnas, demostrando penitencia y devoción.
A la entrada de la Basílica reposa la PIEDRA DE LA UNCIÓN. Los fieles se agolpan a su alrededor, y los gestos son extraordinarios.
En esta piedra rosa con un baldaquino de lámparas de aceite se supone que fue despositado el cuerpo de Cristo tras el descendimiento. José de Arimatea, un judío rico, tenía un sepulcro disponible al lado. Muerto en viernes, en el Shabbat no era posible enterrarlo. Las mujeres ungieron el cuerpo para dejarlo en el sepulcro.
Los peregrinos necesitan el CONTAGIO, el contacto, la magia simpática que rezuma de la piedra. Por eso depositan a sus bebés, fotografías de seres queridos, monedas, teléfonos móviles. Los hay que extienden su cuerpo sobre ella, besándola. Los fieles ortodoxos frotan sus paños impregnados en agua de rosas. Luego cubrirán a sus enfermos con estas telas que habrán absorbido la energía positiva que falta en sus vidas.
Fe inocente, fe con los ojos cerrados, fe ciega.
Hoy, el viajero subirá al primer piso de la Basílica para tocar y postrarse ante el agujero de la piedra del Gólgota donde se clavó el madero de la crucifixión, al lado de una grieta que recuerda el terremoto que narra el Evangelio. Mientras, los encargados del templo, seguirán con sus quehaceres, por ejemplo, llenar las lámparas del techo de aceite, con su escalera y todo, en medio de los fieles que han coronado su Via Crucis. No importa.
Un agresivo sacerdote ortodoxo custodia el acceso al templete que alberga el Sepulcro, y de uno en uno, los visitantes pasarán adentro. Las colas alrededor de este pequeño edificio dentro del templo pueden llegar a ser enormes.
El viajero recordará a Santa Helena, la ingenua debutante en la arqueología cristiana, en muchos lugares de Europa:
El Vaticano guarda su sepulcro de pórfido, igual al de su nieta Costanza.
Un mausoleo la recuerda en la Vía Labicana de Roma.
Sus restos están en Santa Maria in Ara Coeli, en el Campidoglio.
Foto Maite Jiménez (diciembre 2013)
Su cabeza está en un relicario en Tréveris, la más temprana y más romana ciudad alemana, sede imperial de su hijo.
El delirio de esta mujer por desenterrar, tocar y venerar lugares y objetos sagrados no tuvo límite. En la catedral de Colonia está la tumba de los Reyes Magos, que viajaron desde Roma vía Milán, descubiertos también por ella.
Los clavos de la Crucifixión adornaron el casco de su hijo Constantino y las bridas de su caballo.
Nadie puede resistirse al magnetismo de los lugares y de los objetos. Las cosas tienen poderes, se convierten en fetiches, en objetos de culto, se transmiten a través de los pies del viajero que pisa lugares que sí fueron y sí son reales.
Constantino demoliría el Templo de Venus, muy querido por las legiones, y erigiría la primera BASÍLICA DE LA ANÁSTASIS, de la Resurrección.
Rito, sacrificio y MAGIA SIMPÁTICA, fe, devoción, confianza e inocencia, turismo y mercado, enemistad y ecumenismo: todo cabe en el Santo Sepulcro.
Los ídolos acumulan en sí mismos energía, fetichismo y culto, pero también son depositarios del sufrimiento y la fe de los hombres que se acercan a los Santos Lugares cargados de esperanza.
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«La corona de hierro de Lombardía» de Constantino no era (según tengo entendido) precisamente un casco. El tamaño de la misma hace suponer que se calzaba en el casco dado que es muy pequeña y no encajaría en ninguna cabeza adulta normal. El clavo que fue a parar a la corona, según bien decís, fue fundido para reforzar la corona en su cara interna. Existe también la suposición de que la corona era originalmente más grande y que le robron un par de las placas que la componen… En fin, muchas gracias por el excelente artículo. Te sigo
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Gracias por todo. Un saludo
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Buen trabajo!
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Gracias !
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