SHELLEY EN POMPEYA
Basílica (Pompeya 1934)
I stood within the City disinterred;
And heard the autumnal leaves like light footfalls
Of spirits passing through the streets (…)
Shelley, Ode to Naples
Nápoles, 26 de enero de 1819
A Thomas Love Peacock
(…) Hemos estado viendo Pompeya, y ahora estamos esperando el retorno del tiempo primaveral para visitar primero Paestum y luego las islas. Después regresaremos a Roma.
Me he quedado impresionado con los restos de esta ciudad. No tengo conocimiento de que nada tan perfecto siga aún en pie. Mi idea de cómo fue destruída es la siguiente: primero, un terremoto la sacudió, arrancó la techumbre a casi todos sus templos y quebró sus columnas.; luego, cayó una lluvia de pequeños fragmentos livianos de piedra pómez; a continuación, un torrente de agua hirviendo mezclada con cenizas rellenó todas las grietas.
Sebastian Pether, La erupción del Vesuvio de 1825
Un amplio y achatado altozano, a partir del que la ciudad fue excavada, se halla ahora cubierto por tupidos bosques, y se pueden ver las tumbas, los teatros, los templos y las casas, rodeados por un inhóspito yermo.
Joseph Severn, Retrato póstumo de Shelley escribiendo «Prometeo liberado» (1845)
Entramos en la ciudad desde el lado que da al mar, y lo primero que vimos fueron dos teatros.
Porta Marina (años 20)
Uno es más grandioso que el otro, y está cubierto por las ruinas del mármol blanco que dio forma a sus asientos y cornisas, unas piezas robustas esculpidas con audacia. En el proscenio, entre el escenario y los asientos, está el espacio circular a veces ocupado por el coro. El escenario es muy estrecho, aunque largo, y separado de esta parte por un añadido en paralelo, supongo que para la orquesta. A cada lado están las tribunas de los cónsules. En el teatro de Herculano fueron encontrados debajo de estos asientos dos estatuas ecuestres de una calidad excepcional, que ocupaban el mismo espacio que las grandes lámparas de bronce del Teatro Real de Drury Lane.
Fotografía de Giorgio Sommer, Teatro trágico
Dicen que el teatro más pequeño era para las comedias, aunque tengo mis dudas. Sentado en sus asientos, se divisa un panorama de una belleza espectacular.
Giorgio Sommer
Luego, caminas por las viejas calles, muy estrechas, con casas bastante pequeñas, aunque todas construidas con un diseño excelente, muy apropiado para este clima.
Via Stabia (Giorgio Sommer 1868)
Las habitaciones dan a un patio, o a veces a dos, dependiendo de las dimensiones de la casa. En el medio hay una fuente, a veces rodeada por un pórtico de columnas estriadas de estuco blanco.
Casa del Fauno (Giorgio Sommer)
El pavimento está decorado con mosaicos. Algunos imitan hojas de vid, otros representan pintorescas figuras, más o menos bonitos dependiendo del rango de su propietario. Las casas tenían todas pinturas al fresco, pero la mayoría de ellas fueron arrancadas para decorar el Museo Real.
Memento mori (Museo Archeologico Nazionale di Napoli)
Aún quedan figurillas aladas y pequeños ornamentos de una elegancia exquisita. Hay una vida idílica en las formas de esas pinturas de un encanto inigualable, si bien la mayoría de ellas son evidentemente obra de artistas de talla muy inferior. Parece como si, en esta atmósfera de belleza ideal que los rodeaba, cada ser humano pudiera captar un esplendor que no le pertenecía.
Victoria alada (Casa dei Triclini)
En una de las casas puede verse cómo estaban decoradas las habitaciones: un pequeño diván de obra donde se colocaban los cojines.
Triclinio (Casa del Moralista)
Decoran la estancia dos frescos: uno que representa a Diana y Endimión,
Fresco de Selene y Endimión (Casa de los Dióscuros) MAN Napoli.
y el otro a Venus y Marte.
Casa de Marte y Venus
También hay un pequeño nicho, que alberga la estatua del dios del hogar.
Lararium (Giorgio Sommer)
El suelo está decorado con un rico mosaico de los mármoles más excepcionales, ágata, jade y pórfiro; da a la fuente de mármol y a las columnas blancas como la nieve, cuyo entablamento cubre el suelo del pórtico que lo sustentaba.
Casa della Fontana Grande
Las casas tienen solo una altura, y los pisos, a pesar de que no son muy espaciosos, sí son muy altos. Esto tiene sus ventajas, absolutamente desconocidas en nuestras ciudades. Los edificios públicos, cuyas ruinas son ahora como un bosque de blancas columnas estriadas, y que soportaron en otro tiempo los entablamentos cargados de esculturas, se veían al completo desde los tejados de las casas. Esta era la excelencia de los antiguos. Sus gastos privados eran comparativamente moderados. Por ejemplo, la vivienda de uno de los principales senadores de Pompeya es verdaderamente elegante, y está adornada con las más hermosas piezas de arte, pero es pequeña.
Giorgio Sommer, Casa de Marco Lucrecio
Sin embargo, sus edificios públicos, de un diseño audaz y grandioso, se caracterizaron siempre por un derroche de fasto. Es maravilloso ver el número y la grandiosidad de los edificios públicos en la pequeña ciudad de Pompeya (tenía aproximadamente 20.000 habitantes).
Filippo Palizzi, Gli scavi di Pompei
Otra ventaja añadida es que, en este caso, no se aislaron del espectacular paisaje que los rodeaba, y que, a diferencia de los habitantes de las gargantas cimerias de las ciudades modernas, los antiguos pompeyanos podían contemplar las nubes y las luces del cielo, ver la luna alzarse por detrás del Vesuvio, y ponerse el sol en el mar, trémulo en una atmósfera de vapor dorado, entre Inarime y Miseno.
El Golfo de Nápoles desde la Certosa di San Martino (Foto Maite Jiménez 2011)
Después vimos los templos.
Del Templo de Esculapio no queda nada excepto un altar de piedra negra adornado con una cornisa que imita las escamas de una serpiente. Se encontró su estatua de terracota en la cela.
Templo de Asclepio
El Templo de Isis está más logrado. Está rodeado por un pórtico de columnas estriadas, y en el espacio circundante hay dos altares, muchos pedestales de estatuas y una pequeña capilla de estuco blanco tan duro como la piedra y de proporciones exquisitas.
Templo de Isis (Giorgio Sommer)
Sus paneles están adornados con bajorrelieves poco visibles, pero de la factura más delicada y perfecta que se pueda concebir. Son de tema egipcio, ejecutadas por un artista griego, que armonizó todas las extravagancias antinaturales de la idea original con el sobrenatural encanto de su genio nativo. Apenas tocan el suelo con sus pies, y sus túnicas levantadas al viento parecen alas.
Afrodita anadiomene (Templo de Isis) MAN Napoli
El templo que está en el medio se levantaba sobre una plataforma alta, accesible gracias a unos escalones, y estaba decorado con exquisitos frescos. Algunos de ellos los vimos en el Museo de Portici. Es pequeño, de los mismos materiales que la capilla, con pavimento de mosaico y columnas jónicas estriadas de estuco, tan blancas que cuando las miras te deslumbran.
El descubrimiento del Templo de Isis (Pietro Fabris 1776)
Desde allí, a través de otros pórticos y laberintos de muros y columnas (no puedo detallarte todo), llegamos al Foro.
Curzando la Basílica hacia el Foro (2 de febrero de 1924)
Consiste en una amplia plaza rodeada por prominentes pórticos de columnas estriadas, algunas rotas, otras enteras, cuyos entablamentos están esparcidos a sus pies.
El templo de Júpiter, el de Venus, otro templo más, el Tribunal y el Palacio de Justicia con su bosque de espigadas columnas lo rodean.
Templo de Apolo (1939)
Dos pedestales o altares de un tamaño enorme (el guía no supo decir si sustentaban estatuas ecuestres o eran los altares del Templo de Venus ante el cual se sitúan) ocupan el extremo inferior del Foro.
Templo de Venus (Giorgio Sommer)
En el extremo superior, construido sobre una plataforma, se alza el Templo de Júpiter.
Templo de Júpiter (Giorgio Sommer)
Nos sentamos debajo de la columnata de su pórtico, sacamos naranjas, higos, pan y nísperos (¡Cuánto lo siento! –dirás tú) y descansamos para comer. Fue un magnífico espectáculo. Por encima y a través de los numerosos ejes de las columnas se veía el mar, que reflejaba el cielo color púrpura del mediodía y sobre su silueta, por así decirlo, las altas y oscuras montañas de Sorrento, de un infefable azul oscuro, teñidas en las cumbres de vetas de nieve recién caída. En el medio, una pequeña isla verde; a la derecha, Capri, Inarime, Prócida y Miseno. Detrás estaba la única cumbre del Vesuvio, que arrojaba una gran cantidad de espeso humo blanco, como una columna de espuma que a veces hería el claroscuro del cielo y caía deshecha en pequeñas estrías al viento. Entre el Vesubio y las montañas más cercanas, como a través de un abismo, se veía por el este la línea principal de los Apeninos más altos. El día era radiante y cálido. De vez en cuando oíamos el estruendo subterráneo del Vesuvio. Sus lejanos y profundos redobles parecían sacudir el propio aire y la luz del día, penetrando en nuestros cuerpos con su sonido lúgubre y terrible. Esta escena fue la que vieron los griegos (Pompeya, como sabes, era una ciudad griega). Vivían en armonía con la naturaleza, y los instersticios de sus incomparables columnas eran portales, por así decirlo, que recibían el espíritu de la belleza que animó a los que, inspirados por ella, fueron a visitar este glorioso universo.
Nápoles (Giorgio Sommer)
Si Pompeya es así, ¿qué era Atenas?¿Qué panorama se veía desde la Acrópolis, desde el Partenón y desde los templos de Hércules, de Teseo y de los Vientos? ¿Las islas y el Mar Egeo, las montañas de la Argólida, las cumbres del Pindo y el Olimpo entreveradas con la oscuridad de los bosques de Beocia?
Turistas en el Partenón (ca. 1860)
Desde el Foro fuimos a otro sitio, a un pórtico triangular, que medio cerraba las ruínas de un enorme templo construído en los acantilados de una colina que da al mar. En el vértice del triángulo se alzan un altar y una fuente, y delante del altar una vez estuvo la estatua del constructor del pórtico. Aquí dimos la vuelta y recorriendo la Via Consularis llegamos a la Puerta Este de la ciudad.
Firmin Eugène Le Dien (ca. 1950)
Las murallas son muy robustas y miden tres millas. Traspasando la Puerta, a cada lado de la vía están las tumbas. ¡Qué diferentes a las nuestras!. Parecen no tanto escondites para lo que ha de perecer, sino lujosas cámaras para espíritus inmortales. Son de un mármol blanco brillante y hay dos especialmente hermosas, que están repletas de bajorrelieves exquisitos. En la pared de estuco que las encierra, hay unas emblemáticas figurillas en relieve hundido de animales muertos o en trance de muerte, de geniecillos alados, y grupos de mujeres que se inclinan para algún rito fúnebre. De los altorrelieves, uno representa una escena marina y el otro una Bacanal. Dentro de la cela están las urnas funerarias, a veces solo una, otras veces más. Dicen que se encontraron frescos en su interior, que, como todo lo que se puede extraer en Pompeya, se ha retirado y desperdigado por los Museos Reales.
Giorgio Sommer
De todo lo que vimos, lo que más nos impresionó fueron estas tumbas. Bosques agrestes las rodean por ambos lados, y a lo largo de las anchas losas de las vías pavimentadas que las separan, se oyen temblar y susurrar las últimas hojas del otoño arremolinadas por ráfagas de viento intermitentes, como si fuesen pasos de fantasmas. El brillo y la magnificencia de estas moradas de los muertos, la cándida frescura del mármol recién esculpido y la vida apasionada o extravagante de las figuras que las adornan contrastan curiosamente con la simplicidad de las casas de quienes estaban con vida cuando el Vesuvio los aniquiló.
Necrópolis de la Puerta del Vesuvio
He olvidado el anfiteatro, que es de grandes dimensiones, aunque mucho más pequeño que el Coliseo.
Giorgio Sommer
Ahora entiendo por qué los griegos fueron unos poetas tan grandes y sobre todo me parece que puedo explicar la armonía, la unidad, la perfección y la excelencia homogénea de todas sus obras de arte. Vivieron en un intercambio constante con la naturaleza circundante y se nutrieron del espíritu de sus formas. Todos sus teatros se abrían a las montañas y al cielo. Sus columnas, modelos ideales de un bosque sagrado, con su techumbre de entretejida tracería, recibían la luz y el viento. El aroma y la frescura del campo penetraba en sus ciudades. La mayoría de sus templos eran hipetros, y las nubes errantes, las estrellas o el cielo profundo se veían encima. ¡Ay! Si no fuera por ese rosario de miserables guerras que finalizaron con la conquista del mundo por Roma; si no fuera por la religión cristiana, que dio el golpe de gracia al mundo antiguo; si no fuera por aquellos cambios que llevaron a Atenas a la ruina, ¡a qué cotas habría llegado la Humanidad!.
Traducción Maite Jiménez (junio 2020)