
¡Estoy perdida! El Himeneo ha herido mis oídos.
Casi ni yo misma puedo creerme una desgracia tan grande.
¿Cómo ha podido Jasón hacer tal cosa, después de haberme arrebatado padre,
patria y reino, dejarme ahora sola, despiadado,
en tierra extraña? ¿Desprecia mi poder,
él, que fuego y mar vio rendidos a mis maleficios?
¿Es que se ha creído que se han acabado mis crímenes?
Incierta, desquiciada, mi mente enloquecida me arrastra
por doquier. ¿Cómo podré vengarme?
Séneca, Medea, 116ss

A MEDEA no le gusta mucho Corinto. Echa de menos las aguas de la Cólquide, los frondosos bosques donde habitan monstruos que guardaban pieles doradas de carnero, los fértiles campos que parían guerreros de dientes de dragón, el aroma del mar que se llevó a su hermano en pedazos, a su anciano padre que siempre le permitió hacer lo que le venía en gana.

Pero, con todo, se considera feliz. Se ha casado, tiene hijos. Ha cumplido.

Ella es maga. Las magas, hechiceras, brujas, sibilas y pitonisas son libres, libérrimas. Todos las tachan de locas, de excéntricas o de rebeldes. Eso les permite no casarse, no sucumbir al dominio de los hombres.
Ya va para diez años que no hace ningún hechizo, y menos aún maleficios.

Las leyendas pónticas decían que si una maga se entregaba a las leyes de los hombres en el matrimonio, perdía sus poderes.
Cuando era tan solo una niñita de piel tostada como las aceitunas en invierno, se juró a sí misma que jamás obedecería a ningún hombre, que siempre permanecería fiel a su esencia y que jamás dejaría que el vapor que sale de las grietas de la tierra se esfumara para ella.
Aspiraría los efluvios de las hierbas que cocía, se inspiraría con las visiones fantasmales que se le aparecían en aquellos dulces instantes de trance, cuando todo, absolutamente todo, estaba a su merced, bajo su poder.

Pero un día llegó el extranjero de porte majestuoso y rizos imposibles. Medea sospecha aún hoy que su padre hizo un pacto secreto con el príncipe griego, que lo único que quería era la venganza y el trono de su abuelo. Pasó de ser princesa a ser sierva, de hechicera libre a esposa fiel.

En la cueva de Corfú, donde se entregó a Jasón, sintió por primera vez la mano que le apretaba las entrañas y que le arrancaba el poder de las visiones, la fuerza de su magia. A cambio, se derritió su corazón en el abrazo de piel pecosa del extranjero que le había robado lo que fue.
Por buscar reinos extranjeros, abandoné los míos.
Medea, 478

Obedeció a Jasón y fue la actriz del engaño de las hijas de Pelias, pobrecillas.
No tenían culpa, pero había que hacerlo.

Ella y Jasón llevan ya diez años en Corinto, donde los dos mares griegos se abrazan, unidos por una lengua de tierra.
A veces cree que el Istmo es la metáfora de su matrimonio.
Las olas del Jónico se baten contra la espuma del Egeo, el padre del Ponto. Ellos dos se arrebatan igual, tantas veces. Pero un pedazo de tierra firme contiene su unión. Por lo menos hasta ahora era así.

Medea se mira en el espejo y observa su cuerpo.
Descubre que el interior de sus muslos se ha juntado, que sus caderas se han redondeado de la noche a la mañana y que una curva abulta su vientre. Desde que tuvo al segundo niño, nada fue lo mismo. Además, al levantar los brazos por encima de su cabeza, unas alas de murciélago penden a cada lado de su torso. Le parecen espantosas. El pecho, que hasta hace muy poco se erguía desafiante, empieza a mirar hacia abajo, tristes los senos que alimentaron a los hijos de Jasón.
Es el paso del tiempo, que con las mujeres es realmente cruel.

Mientras, Jasón luce una barbita canosa y unas sienes plateadas que lo hacen si cabe más atractivo. Las chicas dicen que es un madurito cañón. Sus amigas opinan que es por la testosterona, que huye de las mujeres y permanece en los varones en la edad madura. La hormona masculina es la responsable de que Jasón aún luzca sus músculos vigorosos y su piel esté bastante tersa para su edad.

Medea no se rinde. Quiere hacer magia contra el tiempo.
La fortuna teme a los valientes, oprime a los cobardes.
Medea, 159

Le han dicho que hay un espacio donde las mujeres ponen su cuerpo en forma. Los ejercicios que hacen allí son al estilo espartano, durísimos. Algo sabía de las gimnopedias lacedemonias, de cómo las mujeres de Esparta se entrenaban como los hombres, al menos hasta que les tocaba engendrar hijos. Por eso vivían más saludables y lograban detener un poco el tiempo irreparable.

Medea no lo piensa más. Se apuntará al deporte. Logrará que Jasón vuelva a mirarla como antes, cuando sus pupilas se hacían grandes y brillantes siempre que ella se le acercaba, ardientes de deseo.

Se ha comprado vestimentas adecuadas para los ejercicios. Son un poco descocadas, pero le sientan bien. Cada día por la mañana muy temprano, coge su bolsa con la ropa de fitness, el calzado deportivo, su neceser con el gel, el champú, el acondicionador, el secador, las planchas del pelo, el body-milk y el maquillaje, y se dirige al entrenamiento.

A su clase de CROSSFIT van sobre todo chicas jóvenes. ¡Hay que ver qué resistencia tienen! ¡Y cómo se mueven! Le ganan en todo. Medea intenta imitarlas, pero resopla por el esfuerzo. No se rendirá, dará lo mejor de sí misma.

Hay una chica pelirroja que le ha llamado la atención desde que se apuntó a esta gimnasia despiadada. Se llama Glauce. Tiene los ojos azul Egeo. Es muy hermosa e insultantemente joven.

En el vestuario la mira por el rabillo del ojo, a hurtadillas, y se recrea en sus curvas perfectas, en su piel tersa, tostada como la miel del Taigeto. ¡Qué bien hace todos los ejercicios! Hasta sudada está guapa. En cambio, ella acaba con unos pelos de loca y el jumpsuit más ajustado que nunca, marcando irremediablemente sus imperfectas sinuosidades. Una pena.







Medea tiene miedo, tiene miedo del deseo de Jasón.
Conoce su ira, su furor oriental. Sabe que por celos, por sentirse destronada, es capaz de cualquier cosa, incluso de hacer atrocidades contra el amor de su vida.

Por lo de pronto, ha descubierto unas mascarillas de ácido hialurónico y unas infiltraciones de vitaminas que pone un dermatólogo de mucha fama y que obran prodigios en la piel. También le han hablado de una toxina llamada BÓTOX.

La Esfinge le advierte de que EL TIEMPO NOS DEVORA.
Ella devora a las que luchan por mantener la efímera juventud.

Medea sabe que el tiempo se ha comido su lozanía y la tersura de su piel.
Luchará con él y lo vencerá.
VA A COMPETIR CON EL TIEMPO.

Competirá en el gimnasio y si hace falta en la sala de operaciones.
Pugnará por no ser barrida de su propia casa.
No consentirá que otra se haga cargo de sus hijos, por mucho que Creonte diga que hacen falta más vástagos para perpetuar la dinastía.
Peleará con sus artes, sus maleficios, su ciencia, su magia y todos los poderes de su abuelo Helios.

No la detendrán ni sus propios hijos, ni Jasón, ni mucho menos esa muchachita.
Jasón estará ridículo, lo confundirán con el abuelo de sus propios hijos.
¿Tanto ama a sus hijos?
Está bien, está atrapado, está claro dónde lo heriré.
Medea 549-550
Pero, ¡ay! ¡La vanidad! ¡La hombría!
Pensará en algo, aunque sea terrible.

Ahora soy Medea. Mi magia ha crecido con mis crímenes.
Medea 910

Corazón, ¿por qué vacilas? ¿Por qué bañan las lágrimas mis mejillas
y, voluble, me invaden a la vez por una parte la ira
y por otra el amor? Un doble ardor me devora, llena de dudas.
Medea 937-939

Yo surcaré los aires en este carro alado.
Séneca, Medea 1025
TRADUCCIONES: Maite Jiménez (agosto 2022)