
Omnis mundi creatura
quasi liber et pictura
nobis est in speculum,
nostrae vitae, nostrae mortis
nostri status, nostrae sortis
fidele signaculum.
Cada criatura de este mundo, como si fuese un libro o una pintura, es para nosotros un espejo
de nuestra vida, de nuestra muerte, símbolo fiel de nuestro estado, de nuestra suerte.
Alanus ab Insulis, Patrologia Latina 210:579

En marzo de 2022, coincidiendo con el centenario de la publicación del Ulysses de James Joyce, me decidí por fin a leer este «monstruo» de la narrativa del siglo XX.
He tardado un año, porque he alternado el Ulises con otras cosas. Por ejemplo:






Los capítulos de la novela han ido salpicando los meses. Creo que ha sido una buena manera de leerlo, para no «empacharme» de este texto difícil donde los haya.
Ahora puedo presumir de haberme sumergido en una de las creaciones más delirantes de la narrativa de todos los tiempos.

Siempre me ha llamado la atención que los intelectuales y escritores citen a Joyce alegremente, aunque siempre repitan frases hechas y topicazos. Debe de ser que no lo han leído, pero quedarían fatal si lo confesaran.

Respeto a los lectores que se han declarado incapaces de leérselo entero. La literatura no puede ser nunca sufrimiento. La lectura debería estar alentada por el deseo de saber, por el ansia de experimentar cosas nuevas, por vivir un mundo diferente, por salir de nuestra zona de confort, para evadirnos, sentirnos distintos, imaginar cosas nuevas o llegar a oír la música de las esferas. Todas las motivaciones son valiosas.

No obstante, yo he descubierto algo fascinante. A lo largo de mi vida lectora he leído textos audaces y rompedores, técnicamente novedosos, supuestamente modernos, y siempre creí que era mérito de ese autor el incorporar a su novela estas valentías. No sabía que había sido Joyce el primero que se atrevió.

Desde que he leído el Ulysses, me muevo con más precaución entre las «novedades» literarias que me asaltan en Instagram: ya me fío menos.

Creo que el autor de esta novela única fue presa de un rapto divino, de una energía desbordante, que en los que no son genios como él solo podría provenir de alguna sustancia psicotrópica.
Joyce es un ἐνεργούμενος, un ser lleno de acción, de potencia y de energía.

Daniel Meunier
James Joyce fue presa de eso que los griegos llamaron ἐνθουσιασμός, la posesión y el furor de una fuerza mucho más grande que nosotros, divina, celestial, olímpica, la inspiración que traspasa los límites humanos y conduce al delirio, la picadura del aguijón, el stimulum, el οἶστρος, que no es otro que el pomposo estro.
Y HOMERO…

Homero es la arquitectura, los cimientos sobre los que se construye este texto enorme. Así lo he leído yo, con los ojos de los amantes del vate ciego, el más grande poeta de todos los tiempos.
Leopold Bloom como Ulises, Stephen Dedalus como Telémaco, ambos como Joyce, quizás.
Molly es nuestra nueva Penélope, o Nora, asediada por pretendientes, menos casta y más humana que la reina de Ítaca.
En Dublín está HOMERO:
Proteo envuelto en la marea verde.
Calipso hermosa retrasando el camino a Ítaca.
Lotófagos despistados y olvidadizos.
El Hades donde habitan incorpóreos los que se han ido.
Eolo que trabaja en las rotativas.
Voraces lestrigones de restaurante, que se lo comen todo.
Escila y Caribdis, monstruos que acechan al pensador en el estrecho.
Las calles como Simplégades, que se abren y cierran, laberinto de la mente.
Camareras que cantan hechiceras como las sirenas.
El Cíclope inmenso en su taberna.
Linda Nausícaa en la playa.
Los bueyes del Sol que no se debían comer.
La maga Circe vende su cuerpo en el burdel.
El porquero Eumeo habla de naufragios.
Siempre Ítaca, donde espera Penélope, o Molly de ligas violeta, que piensa sin puntos ni comas.

El traductor del Ulises para la editorial Lumen (1976) fue este gigante:
el Ulises capítulo a capítulo, que terminaba el otro día.
Me he abandonado, me he rendido al chorro léxico de esta novela. No he analizado, no he consultado bibliografía. Solo me he dejado llevar sin oponer resistencia. He querido ser como una lectora de los tiempos de Joyce.
Solo he atendido al esquema Linati que construyó el propio autor. Ha sido mi guía homérica por esta excentricidad de la vanguardia del pasado siglo.
He sido presa del asombro.
Lo husmeé (¿se escribe así?) hace años y lo dejé. El esfuerzo que me exigía, sin tener yo del todo claro a dónde íbamos a llegar, me echó para atrás…. Quizá debía haber sido más perseverante, como tú. Quizá simplemente no era el momento (?). De Joyce sólo he podido con Dublineses, libro desigual.
Bss
Me gustaMe gusta