VALERIO, EL ROMANO REDIVIVO (1)

MARY SHELLEY,

Valerius: the reanimated Roman (1819)

Traducción Maite Jiménez 2021

Un día del mes de septiembre, alrededor de las once de la mañana, dos extranjeros desembarcaron en la pequeña bahía formada por el extremo del cabo Miseno y el promontorio de Bauli.

El cielo estaba sereno, de un azul intenso, y el mar revelaba su profundidad con una tonalidad más oscura. A través de las aguas claras se veían algas de variados y hermosos colores que crecían entre los restos de los palacios romanos, ahora sumergidos bajo el agua. El sol brillaba esplendoroso y el calor era insoportable.

Nada más desembarcar, inmediatamente los extranjeros buscaron un lugar a la sombra donde poder refrescarse y esperar a que el sol iniciara su descenso por el horizonte. Se dirigieron a los Campos Elíseos.

Caminando entre los chopos y las moreras festoneadas por las uvas que colgaban en ricos y maduros racimos, se sentaron a la sombra de las tumbas junto al “Mare Morto”.

Uno de los extranjeros era un inglés de clase alta, como fácilmente podía deducirse por su porte distinguido y sus modales llenos de dignidad y libertad. Su compañero (no puedo compararlo a nada que ahora exista) tenía un aspecto parecido al de la estatua de Marco Aurelio en la Plaza del Campidoglio en Roma.

Sereno e imponente, sus facciones eran romanas. Salvo por su atuendo, podría tenérsele por la estatua viviente de un romano. Vestía la ropa que ahora se lleva en toda Europa, pero era como si no le quedara bien, e incluso como si no estuviera acostumbrado a ella.

Una vez sentados, empezó a hablar de esta manera: 

«Prometí contarle, amigo mío, cuáles fueron mis sensaciones al revivir y cómo me impresionó el aspecto de este mundo (sombra de lo que una vez fue), cuando la luz del sol volvió a mis ojos después de haberlos abandonado durante cientos de años. Y qué lugar mejor que este para el relato.

Este fue el sitio elegido por nuestra antigua y venerable religión, el que mejor representaba la respuesta que los oráculos habían dado o que los adivinos recibieron de la morada de los bienaventurados en el Más Allá. Estas son las tumbas de los romanos.

Este lugar ha cambiado mucho desde aquellos días por culpa de la mano sacrílega del hombre, pero aún lleva el nombre de Campos Elíseos.

El Averno está a un paso de donde nos encontramos y este mar azul que contemplamos es el Mediterráneo, inmutable frente a todo lo demás, que lleva las huellas de la esclavitud y la degradación.

Perdóneme, usted es inglés y dicen que son libres en su país (un país desconocido cuando yo vivía), pero los malditos italianos, que usurpan la tierra por donde una vez caminaron los héroes, me inspiran un amargo desprecio. ¿Se atreven a usurpar el nombre de los romanos? ¿Se atreven a imaginar que descienden de los amos y señores del mundo? Olvidan que, con la muerte de la República, todas las antiguas familias romanas fueron desapareciendo poco a poco y que sus continuadores usurparon sus nombres, pero no eran ni son romanos.

Yo viví en la época de Cicerón y de Catón. Mi clase no era ni la más alta ni la más baja de Roma: era caballero. No llegué a ver mi patria esclavizada por César, quien, mientras yo vivía, solo se distinguió por sus prácticas libertinas. Morí antes de cumplir los cuarenta y cinco años, defendiendo mi patria contra Catilina.

Por aquella época, los hombres buenos de Roma lamentaban amargamente el declive moral de la Ciudad. Mario y Sila ya nos habían enseñado algunas de las miserias de la tiranía y yo solía lamentar el día en que el Senado se convirtió en una asamblea de semidioses. Pero, ¿qué clase de hombres vivían en aquellos días?

L´Arringatore (Museo Archeologico Firenze. Foto Maite Jiménez 2017)

La República llegó a su ocaso como el sol de un brillante día de verano. ¿Cómo podía yo perder las esperanzas por mi patria, mientras hombres como Cicerón, Catón, Lúculo y tantos otros a los que conocí, llenos de virtud y de sabiduría, mis más íntimos y queridos amigos, aún estaban vivos?

Jean Paul Laurens, Suicidio de Catón de Útica.

No voy a incordiarlo con la historia de mi vida. En los tiempos modernos, la vida privada parece ser la parte de la historia de un hombre que más se investiga. En Roma, la historia de un individuo era la historia de su país. Vivíamos en el Foro y en el Senado.

Mi familia había sufrido las guerras civiles. Mi padre fue asesinado por Mario, y mi tío, que me cuidó durante mi infancia, fue proscrito por Sila y asesinado por sus secuaces. Mi fortuna se vio considerablemente disminuida por esas desgracias familiares, pero yo vivía con austeridad y ocupé con honor algunos de los más altos puestos del Estado. Fui cónsul en una ocasión.

Tampoco voy a contar ahora lo que tanto le interesaría, todo lo que sé de aquellos grandes hombres con cuyos hechos, aunque distantes en el tiempo, está usted íntimamente familiarizado. Estos temas han constituido y constituirán una fuente inagotable de conversación durante el tiempo que estaremos juntos, pero ahora he prometido contarle lo que sentí y vi cuando revisité, hace ahora tres años, esta decadente Italia...«

Carlo Fratacci (fotografo)

CONTINUARÁ…

Acerca de Maite Jiménez Pérez

Catedrática de Latín de Secundaria. Traductora en Rinoceronte editora, Ediciones Siruela, Aira Editorial. LAT-GR-ESP-GAL-IT-EN-DEU
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