NO SÉ SI ES UN DIOS
Shawn Russell
«Diomedes, valeroso príncipe aqueo: las armas refulgían sobre sus hombros y su cabeza, brillaba como brilla el astro de otoño surgiendo del océano»
(Alessandro Baricco, Ilíada)
Un alma desbordada, valiente y destructor, príncipe y pretendiente, en el límite de la crueldad.
Es DIOMEDES, príncipe de Argos.
Su nombre inspira astucia, es el hombre aconsejado por el propio Zeus, portador de armas maravillosas, fundador de ciudades, un HÉROE.
Gliptoteca (Munich) Foto Javier Rodríguez 2016
Su arrebatadora belleza ilumina una de las salas más hermosas de la Gliptoteca de Munich.
En reposo del combate, un león tras ser herido, furibundo y temerario, no muere, aumenta su rabia.
«Fue en ese momento cuando Eneas vino en mi busca. «Pándaro», me dijo, «dónde está tu arco? ¿y tus flechas aladas? ¿Y tu fama? ¿Has visto a ese hombre que se lanza con furia en la disputa, matando a todos nuestros héroes? Tal vez es un dios irritado con nosotros. Coge una flecha y clávasela como sólo tú eres capaz.»
«No sé si es un dios», respondí.
(Alessandro Baricco, Ilíada)
Eneas le propone luchar juntos y Pándaro sube a su carro. En él los dos troyanos se lanzan contra el príncipe griego.
Diomedes no se asusta de los briosos corceles. La lanza de Pándaro lo roza. No se arredra. Responde con su lanza al troyano. Su punta entra en la boca, siega la lengua y sale por el cuello. La vida huye del cuerpo de Pándaro, el arquero.
Diomedes arremete contra Eneas. Le lanza una piedra gigante y le golpea la cadera seccionando los tendones. Eneas cae de rodillas y una noche tenebrosa se tiende sobre sus ojos.
«Y de pronto descubrí cuál iba a ser mi destino: no morir nunca»
(Alessandro Baricco, Ilíada)
Su madre Afrodita asiste a Eneas en el combate.
Atenea, la diosa de los ojos de lechuza, ayuda a Diomedes.
ATENEA le había incitado a Diomedes a combatir, pero le advierte que debe evitar a los dioses, salvo a Afrodita.
La diosa del amor, la madre de Eneas no está disfrazada, quizá porque su carne es más humana que la de los otros dioses, porque está mas cerca de sentir y puede resultar herida.
Bernard Berenson con Paulina Bonaparte como Venus victrix (Galleria Borghese, Roma 1955) Foto David Seymour «Chim»
Atenea habla a Diomedes:
«…y aparté la niebla que cubría tus ojos para que en la batalla conozcas a los dioses y a los hombres.»
Homero, Ilíada V, 127-128
DIOMEDES se atreve a herir a AFRODITA.
No tiene tinieblas en sus ojos. No tiene excusa. La conoce.
Es la única ocasión en que una divinidad resulta herida. Afrodita no está disfrazada, resplandece su cuerpo. Puede que sea una diosa «menor». Diomedes así lo sospecha.
Ella es vulnerable, aquí es humana.
Alecio de Andrade, El Louvre y sus visitantes.
Diomedes hiere a Afrodita. La diosa lanza un grito y deja caer a su hijo. Apolo lo recoge.
Afrodita, de cabellos de ambrosía y peplo fragante, de la palma de su mano herida brota ICOR.
«Brotó la sangre divina, o por mejor decir, el icor; que tal es lo que tienen los bienaventurados dioses, pues no comen pan ni beben vino negro, y por esto carecen de sangre y son llamados inmortales»
(Homero, Ilíada, V, 339–342)
Vuela hacia el Olimpo a quejarse de su herida.
Jean Auguste Dominique Ingres
Él es DIOMEDES, el que robó el Paladio. Sin esta estatua sagrada de Atenea, Troya sería destruída. En esta aventura, a punto estuvo de ser asesinado por su inseparable Odiseo, que quería la gloria sólo para si.
DIOMEDES había sido inundado por el
μένος
el aliento paterno que Atenea hizo corpóreo en su persona.
No era solo adrenalina, sino también espíritu, fortaleza, ansia, una sensación que solo deben de sentir los héroes, por eso su valentía no es de este mundo.
Gliptoteca (Munich) Foto Javier Rodríguez 2016
La herencia de sus antepasados se hace física en él gracias al soplo divino.
Atenea quitó la niebla de sus ojos.
Diomedes está inspirado. Ve lo que otros no ven.
Contempla la desnudez de la diosa y su vulnerabilidad. Es una mujer.
Grande, como siempre.
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Amabilísimo, como siempre.
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